articulo · C. Carretto · Iglesia cuanto te quiero

¡Iglesia, cuánto te quiero!

Qué discutible eres, Iglesia, y, sin embargo, cuánto te quiero; cuánto me has hecho sufrir, y, sin embargo, cuánto te debo. Quisiera verte destruida, y sin embargo tengo necesidad de tu presencia. Me has escandalizado mucho, y, sin embargo, me has hecho entender la santidad. Nada he visto en el mundo más oscurantista y más falso, y nada he tocado más puro y más generoso. Cuántas veces he tenido ganas de cerrar en tu cara la puerta de mi alma, y cuántas veces he pedido poder morir en tus brazos seguros. No, no puedo librarme de ti  porque soy tú, aun no siendo completamente tú. Y después adónde iría  ¿a construir otra?  Pero no podré construirla sino con los mismos defectos, con los míos, que llevo dentro. Y si la construyo, será mi Iglesia, no la de Cristo. Ya soy lo bastante mayor como para comprender que no soy mejor que los demás.
Aquí está el misterio de la Iglesia de Cristo, misterio impenetrable. Tiene el poder de darme santidad y está formada toda ella, del primero al último, de pecadores. Tiene la fe omnipotente e invencible de renovar el misterio eucarístico, y está compuesta de hombres débiles que se debaten cada día contra la tentación de perder la fe. Lleva un mensaje de pura transparencia, y está encarnada en una masa sucia, como sucio es el mundo. Habla de la dulzura del Maestro, de su no violencia, y en la historia ha mandado ejércitos a destruir infieles y a  torturar herejes. Trasmite un mensaje de evangélica pobreza, y busca dinero y alianzas con los poderosos. Pero no, no me voy de esta Iglesia fundada sobre una piedra tan débil, porque fundaría otra sobre una piedra más débil, que soy yo”

C. Carrettto
Tenemos que tener una madurez cristiana para hacer una lectura real de las cosas o acontecimientos. La Iglesia ha sido confiada en las manos de los hombres, pecadores y débiles. A veces los errores que se cometen enseñan a sí mismo y a los demás que lo leen en clave cristina.
Es positivo un cierto sentido crítico respecto a la Iglesia, en cuento nace de la madurez, justamente, de la fe.
Si esta adquiere carácter teologal, la Iglesia será redescubierta con una hondura insospechada. En efecto, no se despliega la vida teologal del creyente hasta que se vive de la vida que se nos da en la Iglesia.
La cuestión es altamente personal; pero repercute inmediatamente en el modo de sentirse Iglesia y en promover un nuevo modelo de la misma.
Después de Jesús la Iglesia es el mayor regalo que el Padre nos ha hecho. La crítica viene en cuanto uno abre los ojos con lucidez.
Cuando vivimos de un agradecimiento humilde ocurre que aquello que te extrañaba, ahora te resulta motivo de oración suplicante, reconociendo que la Iglesia ha sido fundada sobre un humilde pecador, Pedro, que  lo negó tres veces. Se levantó de su pecado y trató de vivir solamente en Dios y para Dios dedicado a su santa Iglesia.

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